Anoche terminé de releer “El arte del Liderazgo”, de Tomas Cleary. Llevo días un tanto desorientado y me cuesta concentrarme, sobre todo
en el estudio, así que al principio de la semana decidí leer algo de zen. Ahora estoy casi igual que el lunes, pero con
propósitos de enmienda. La lectura me ha servido para caer en la cuenta que lo
que me pasa es que intento hacer muchas cosas en igual o menor tiempo y eso a
medio plazo sólo es bueno para que empiece a rendir peor. Por otro lado, como
parece que no debo lacerarme ante los demás, ya sea cliente, proveedor,
colaborador, jefe, …, pues … ¡Hala! A
seguir llenando el saco de irritación. Menos
mal que te tengo a estas horas del alba para desahogarme un poco, a modo de
terapia.
En cuanto al libro, lo compré en el año 1995 (me costó mil
seiscientas de las antiguas pesetas), cuando me repitió el “avenate” de la
lectura de filosofía, autoayuda e inteligencia emocional. El autor se basa en las enseñanzas de los maestros
del budismo zen. Después de tantos años
cogiendo polvo en la estantería, el nuevo hojeo ha dibujado en mi cara sonrisas,
al no tomarme la lectura tan circunspecto y serio como hace dieciocho años. La
óptica mental hoy es distinta y eso está bien. Tal vez, como dice la moraleja del capítulo
180 (Anales de la Montaña del Norte), el quid de la cuestión se encuentre en no
regar melones al mediodía. Te transcribo
el párrafo final:
“¿Acaso no es una cuestión de apreciar lo que está más allá
de toda medida? Es lo mismo que regar melones al mediodía. Me temo mucho que
los que saben se rían, así que no lo
haré.”